El 11 de agosto del 2000 "La Vanguardia" publicó un artículo dedicado a Fuentes de Ayódar. El texto -acompañado de una foto del campanario- apareció en las páginas color salmón de la sección Vivir en Barcelona. El comentario se encuadraba en una serie de artículos que bajo el epígrafe de "La postal" escribieron algunos redactores del periódico durante el verano y que pretendía dar una visión entre desenfadada y costumbrista de distintos lugares de vacaciones.


Acostumbro a pasar el 15 de agosto subido a lo alto de una barrera de troncos viendo corretear por la plaza de un pequeño pueblo de la sierra de Espadán, en Castellón, a una bestia cornúpeta de cuatrocientos kilos.Tras ella vociferan un montón de tipos para llamar su atención y un instante después vuelven a correr, ahora ante ella, para escapar de su embestida.

Absurdo, lo sé, pero la tradición es la tradición.

Encaramados como gallinas en esos troncos que allí llaman "cabios" hay algún que otro médico, economista, ingeniero de telecomunicaciones, artista, músico, periodista, director de hotel y también camioneros, albañiles, carniceros, parados, por supuesto, estudiantes y profesionales del trapicheo. Ahí están, desprovistos de toda solemnidad que en la vida urbana se les pueda suponer.

¿Qué hace gente tan variopinta compartiendo charlas y calores agostinos? Recuperar sus raíces.

La mayoría son hijos de la diáspora que un día llevó a sus padres o a sus abuelos a buscarse la vida lejos de ese pueblo, Fuentes de Ayódar. Pero todos cumplen puntualmente el ritual de volver al menos una vez al año. De esos reencuentros han surgido amistades fuertes, duraderas, de conversaciones densas a la sombra del campanario. Muchos comparten, además, un sentimiento de identidad múltiple. Sean de donde sean, sus raíces se alargan hasta ese diminuto y antiguo lugar. La fidelidad hacia la tierra de sus mayores es tan indiscutible como el sentimiento de identificación con la ciudad o el territorio donde han nacido. El toro, las barreras, la procesión, la cena en la plaza, la charla despreocupada, son los elementos que nutren las fuentes de la memoria, esa identidad que es múltiple y en absoluto excluyente.

Y si me lo permiten, les dejo, que ya deben de estar montadas las barreras.

J. J. Caballero