Hasta finales de los años 60, las gentes de Higueras utilizaban sus dos almazaras (molinos de aceite), existentes en Higueras, para la obtención del aceite de oliva.

Cada una de ellas contaba con sus propios socios y el servicio prestado se pagaba en especie (maquila) o en efectivo y al final de la temporada se efectuaba la liquidación de gastos e ingresos entre los socios. Cada almazara designaba a un maestro especialista (Hacedor), que era el responsable del cálculo y distribución del aceite que correspondía a cada socio, así como de dirigir todo el proceso de elaboración del aceite. Esta figura gozaba de gran prestigio y se le pagaba por su trabajo. También era alimentado por los socios durante todo el tiempo que duraba la temporada. En muchas ocasiones se contrataba a expertos procedentes de otras poblaciones.

El trabajo de los socios en la almazara se establecía por turnos. Así dos socios ayudaban al Hacedor cada día, cuidando de la caballería y de la medición de las aceitunas y como se trabajaba de forma continua dormían en la propia almazara. También era preciso mantener un fuego de forma permanente, con una caldera de unos 50 litros, para disponer siempre de agua caliente. Lo que exigía un importante suministro de leña.

Cada día le correspondía a un socio pagar o suministrar la comida al Hacedor, de forma de que en muchas ocasiones el propio socio renunciaba a parte de su propia comida para asegurarse que el Hacedor quedaba satisfecho con la suya. Al final de la temporada se celebraba una gran fiesta entre todos los socios con una comida en la que se solía asar un cordero.

El proceso de elaboración del aceite se iniciaba en el campo con la recogida de la aceituna a mano (ordeño), siendo introducida en banastos de mimbre. Una vez en casa se procedía a retirar las hojas que quedaban junto a las aceitunas. Se podía hacer mediante cribas grandes o tendiendo en el suelo una manta para a continuación ir lanzando con las manos las aceitunas lo más lejos posible, de forma que por su bajo peso las hojas se quedaban a corta distancia del lanzamiento. Después, una vez limpias de hojas, se extendían en el suelo a la espera del turno que correspondiera en la almazara. La temporada se abría en Noviembre y llegaba hasta Enero, dependiendo de la cosecha del año. Como se trabajaba en la almazara de forma interrumpida (día y noche) el turno a menudo llegaba a altas horas de la noche.
Al llegar las aceitunas a la almazara se procedía a su medida por volumen (no peso) con un recipiente de madera (barcilla) o bien con una unidad más pequeña (media o cuarto de barcilla). Con el trigo la barcilla se llenaba a raso, pero con las aceitunas la barcilla se colmaba. El Hacedor determinaba en función de la prensa, qué cantidad de barcillas constituiría la unidad de prensado (parada), siendo del orden de 15 barcillas.
Se introducían las aceitunas en un depósito y a través de una tolva, iban lentamente descendiendo para su molienda mediante empiedro o rulo (ruejo) que era movido mediante tracción de un macho o caballo con los ojos tapados ya que el movimiento circular al que eran sometido tendía a que se mareara.

Finalizada la molienda, la pasta obtenida se recogía con unas gavetas y se colocaba encima de los espartines (esteras circulares de esparto). Del orden de 18 a 20 espartines se colocaban en cada parada. Colocados en el puente de la prensa y mediante presión inicialmente a mano, se obtenía la filtración de los líquidos contenidos en la pasta. Cuando disminuía el caudal (varias horas) se volvía a aumentar la presión de la prensa. Finalmente se levantaba la prensa, se vaciaba la pasta de los espartines en una balsa contigua y se procedía con una azada a remover la pasta para luego volverla a colocar en los espartines. En esta ocasión con un cazo se echaba agua hirviendo entre los espartines. Montada de nuevo la parada, se utilizaba la prensa pero ahora movida mediante la utilización de un torno que dos personas giraban.

El líquido obtenido corría a través de un pequeño canal labrado en la piedra hasta una balsita. La primera prensada se separaba del reprensado. El Hacedor tomaba el aceite de la balsita y lo colocaba en unos recipientes grandes de barro (cozio) guardados en una sala con llave. La etiqueta colocada en una caña controlaba el proceso e identificaba al socio. El siguiente paso consistía en depurar el aceite separando las impurezas (solada). Con un cazo iba trasvasando el aceite hasta conseguirlo. El socio retiraba el aceite en latas de hojalata de unos 15 litros (petroleras) y en su casa las vertía en tinajas de barro cocido barnizadas en su interior y lo mantenía allí hasta su consumo o venta.

Al limpiar la almazara, el piñol (pasta residual muy dura contenida en el espartin) se repartía entre los socios y se daba como alimento a los cerdos. El alpechín y los líquidos procedentes de la limpieza se arrojaban al barranco, de forma que las aguas quedaban teñidas de color negro, alcanzando hasta el barranco de Pavias.
La producción de aceite era elevada y de excelente calidad, habiendo socios que obtenían más de 200 decalitros. Se medía en volumen mediante cuarterones (vasijas de aluminio de 3 litros), constituyendo cada cuatro cuarterones una arroba.
Texto y fotografías: José María Isern -Higueras 2003-

Si eres curioso y elevas la mirada para ver la fachada, costumbre que te hará descubrir muchos detalles de las ciudades que pasan inadvertidos a la mayoría, podrás contemplar una imagen de NUESTRA SEÑORA DE LOS DESAMPARADOS de la que te voy a explicar el motivo de su instalación. Te voy a dar hasta dos versiones y puedes elegir la que más te guste o tratar de investigar cual es la más verosímil.


Nos dice Vicente, el Sebastiano, (descanse en paz) que, según la tradición oral, hace más doscientos años vivía en esta casa una mujer llamada María Inés, abuela de la tía Josepa, a la que de tanto en cuanto le fallaban las facultades mentales. Un día, a María Inés se le ocurre lanzarse a la calle desde la ventana del segundo piso; sin embargo, el arrepentimiento de la que acababa de hacer debió ser instantáneo porque con el grito desesperado de ¡Virgen de los Desamparados! ¡Ayúdame! invoca a la Virgen. Al parecer, la Virgen escucha la llamada de auxilio y hace que María Inés quede enganchada en los tendederos que, para secar la ropa, había instalados en el balcón del primer piso. La gente acude y algunos con cañas y palos ayudaron al tendedero para que pudiera soportar el peso de María Inés en los largos instantes que tardó en ser rescatada.

Entonces, para demostrar su eterno agradecimiento, se decidió la instalación en la fachada de la imagen de la Virgen de Ntra. Sra. de los Desamparados acompañada de un farol, inexistente en la actualidad, que se encendía los días de fiesta.

Relato que hace el 31 de agosto de 1987 D. Ramón Puerto Bou a los 93 años de edad y único superviviente de todos los Socios-Fundadores de la Almazara.

Esta Casa proviene de la familia de Pedro Badal Pérez, la cual, nos informó su hermano Juan, era una familia pobre y tenían una hermana que se llamaba Rosa. Un día se asomó a la ventana y se le venció el cuerpo y cayó, siendo como un milagro el quedarse colgada entre alguna cuerda que tenían para tender la ropa. Esto sirvió para levantar una imagen de la Virgen de los Desamparados en el mismo sitio en que se salvó, la cual aún se venera.

En el año 1928 se le compró dicha casa a D. Pedro Badal por el valor de dos mil pesetas. La casa estaba en ruinas.

En el mismo año, un grupo de agricultores que detallamos a continuación, decidieron obrar la casa y hacer un molino de aceite. Estos agricultores eran: D. Domingo Puerto Cortel, D. Domingo Puerto Bou, D. Ramón Puerto Bou, D. Aurelio Puerto Bou, D. Juan Lecha Capilla, D. Juan Badal Pérez, D. Juan Badal Bou, D. José Badal Calpe I, D. José Badal Calpe II, D. Domingo Lucas Badal, D. Domingo Bayarri Tamborero, D. Gonzalo Nebot Badal, D. Simón Nebot Badal, D. Victoriano Gil Pradas, D. Federico Pastor Martín, D. Vicente Badal Nebot, D. Domingo Tamborero Gil, D. Ramón Pérez Calpe, D. Isidro Nebot Nebot y D. Miguel Lucas Barases.

Todos con su buena fe y sacrificio, empezaron a sacar yeso en piedra del Algesar, para cocerlo con leña y después picarlo a mano para hacer la obra.

Se fueron al pueblo de Algimia de Almonacid y compraron el molino por dos mil quinientas pesetas. Allí les informaron de que la piedra había sido hecha hacia le año 1.800 por un picapedrero en Gilet (Valencia) y la prensa por Montesinos.

Los Srs. Socios decidimos subir a Fuentes desde Ayódar todo el “tinglao” por un camino de herradura que tuvieron que ensanchar y arreglar. Algunos se burlaban y decían que tendríamos que poner una torna en la Crucica o no lo subiríamos. Subió palmo a palmo. El primer día subieron la piedra más pequeña, pero el segundo día decidimos subir el Ruejo, la más gorda y grande. Esto se hacía cargadas en una carreta tirada por 7 mulas y un burro. Al salir de Ayódar, en la cuesta de la Crucica, se quedó empantanado y no tenían fuerza suficiente. Pero como dice el refrán, la unión hace la fuerza; se nos presentaron 2 carreteros de Ayódar con 4 mulas más. Vino un afamado carretero de Fanzara llamado D. Pascual Guarque y entre todos y la ayuda de Dios, porque todo se hizo con buena fe, llegaron a Fuentes sin haber ninguna desgracia. G A D.

En el año 1930 se igualaron y se puso en marcha. Fue tanto el éxito, tanto en el pueblo como en los pueblos limítrofes como Torrechiva, Espadilla y otros, que venían a hacer sus olivas y se llevaban su aceite.

Esto duró 54 años. Cuando ya no daba rendimiento por los costes y gastos, los herederos de los que sufrimos tanto, decidieron venderlo.

Lo único que deseo es que el comprador tenga mucha salud y la disfrute muchos años.

Fuentes de Ayódar, marzo de 1994

Texto : Juan M. Valer Córdova