Fuentes de Ayódar en 1920
Un siglo de recuerdos de Pascual Puerto y Felicitas Arcusa.

Cuando Pascual nació no existía la plaza de la Iglesia. Era apenas un caminico pegado a la fachada y allá, al frente, un olmo. Cuando Pascual nació los bancales estaban repletos de hortalizas, de legumbres y de frutales. En los lugares más remotos había un bancal. Y hacia allí se encaminaban los hombres, con el frío de la mañana en invierno y el fresco del amanecer en verano. Todo era un ir y venir de personas y animales. Ellos con un corbellote en la parte de atrás del cinto y a un par de metros los bastes balanceándose al paso cansino de los machos. Mientras se encaminaban al monte se oían sus voces alejarse, pues a menudo acompañaban su camino con jotas y canciones populares.

Fuentes eran apenas cuatro casas a demasiada distancia de cualquier camino en condiciones. Sólo las caballerías eran capaces de transitar por veredas y senderos. Era un pueblo aislado pero lleno de vida. En cada casa había una familia y en cada hogar un caldero hirviendo al fuego.

De todo eso hace cien años.

Los mismos que cumple en septiembre de 2008 Pascual Puerto Cortel.

. Pascual
Pascual Puerto. Verano 2007
Pascual Puerto. Verano 2007
Nací en la “masadica" el 10 de septiembre de 1908. Vivía con mis tíos, Pedro Badal Mor, a quien llamaban “el cureta” y Pilar Cortel Nebot, “la tía Pilara”. Nuestra casa era la última de la derecha. Mi padre, Pascual, mi madre, Amalia y mis hermanas, Asunción y Amalia, vivían en Fuentes y todos los días iban a la “masá”, a cuidar las tierras.

La vida en la masadica
Yo venía cada día a Fuentes, al colegio. Venía corriendo y tardaba unos diez minutos. Cuando salía de clase me volvía a dormir. Allí vivían dos niños más. A uno le llamábamos “el secretario” porque le gustaba mucho leer. Era de la familia de José de la “masá”. El otro se llamaba Pedro y murió el primer año de guerra.

“Cuando tenía 4 o 5 años tenía una “rabera” de cabras y me iba a los corralicos, a verlas. Tenía un cordero que dormía con mí. Yo dormía en la cocina, en una marfega. Había una chimenea grande con un caldero en el que hacíamos la comida. Estaba sujeto con una cadena. Fregábamos los platos en la fuentica que hay donde estaba la balsa.

“En la masadica vivían tres familias. El tío “cureta”, que se llamaba Pedro Badal Mor, pero que le decíamos “cureta” porque era muy religioso. También estaba José Badal, José “de la masá”, y el tío Vicent, al que le llamaban “el alguacil”, porque siempre era el que llevaba las noticias. También pasaron otras familias, como la tía Rafaela, que se fueron a Terrassa y luego a Santpedor.

“Mi tío cogía mucho vino. Iba a Burriana con dos machos, cargados con diez decalitros cada boto. Le pagaban a 40 céntimos el cántaro. Tardaba dos días: uno para ir y otro para subir.

También tenía un colmenar y cuando había flor de naranjo también las llevaba a Burriana. El tío Perico tenía 20 cabras y el alguacil otras tantas. A los 10 años ya estaba yo labrando con los machos. Mi padre me enganchaba el yugo y yo llevaba las riendas. A veces las raíces se enganchaban al aladro pero yo tenía una ojuela para cortarlas.

“Cuando mi tío murió vine de noche corriendo desde la masá. Yo tenía nueve o diez años. Vine corriendo porque quedó como muerto y yo vine a avisar a mis padres. Resulta que hacía unos días que el tío Perico andaba enfermo y avisamos al practicante, aunque cuando lo vio dijo que no era nada. Pero luego se puso otra vez malo y entonces fue cuando vine corriendo a las tres o las cinco de la mañana a avisar a mis padres. Cuando el practicante llegó, mi tío ya estaba muerto

Cuando Felicitas nació, Pascual aún no había cumplido los dos años. Por la noche las calles eran oscuras como boca de lobo, las casas se iluminaban con candiles y de día las mujeres trasegaban arriba y abajo los cántaros con el agua de la fuente, a veces apoyados sobre las caderas, algunos en difícil equilibrio sobre la cabeza. Las casas tenían todas la misma patrón. Abajo, tras una gran puerta partida en dos mitades, la cuadra, con los animales. Pegada a uno de los lados la escalera que llevaba a la primera planta. Allí estaba la cocina, con sus cantareras, sus candiles y su hogar. Al lado, el comedor, que se asomaba al balcón y al fondo, en la parte oscura, las habitaciones. Arriba, en la “porchá”, se almacenaban patatas, cebollas, tomates, embutidos y jamones del mata-puerco y se ponían a secar, cuando tocaba, los higos albardados. Por el agujerico de la primera planta se arrojaban a la cuadra los restos de comida (peladuras de patata, huesos, mondas de manzana y de naranjas…). Allí abajo las caballerías convivían con cerdos, ovejas, cabras y alguna vaca. Y cuando la necesidad apretaba compartían la paja del suelo con los inquilinos de arriba, que en algún lugar debían hacer sus necesidades.

. Felicitas
Felicitas Arcusa. Verano 2007
Felicitas Arcusa. Verano 2007
Nací el 7 de marzo de 1910 en la casa que hay en el rincón de la plaza al lado de donde vivía Amparo. Yo fui la única que nací allí, porque mis otros hermanos nacieron en la calle Baja: María, Eulalia, que falleció, y Carmen. Mi madre, María Adelantado, tenía una casica en Espadilla, pero la vendió para comprar esta, porque mi padre, Julián Arcusa, era de Fuentes.

El asesinato del abuelo

Mi abuelo tenía una taberna en la calle Baja. Lo mataron una noche en que llamaron a la puerta a las 2 de la madrugada. Diría que fue en 1870. Nunca se supo quién lo había hecho. Mi abuela estaba embarazada. Era mi padre el que estaba a punto de nacer. Después de aquello cerraron la taberna.

Mi primer recuerdo es de cuando aún no tenía seis años. Me caí en la plaza y me clavé una piedra. Se me hincharon los ojos y la nariz. Tenía muy mal aspecto y las mujeres decían a mi padre: “Esa chiquilla no quedará bien”. Pero yo le decía: “No les haga caso, padre, que me curaré”. Me curó un practicante que se llamaba don José. Era también barbero y afeitaba los viernes. Con una jeringuilla me tiraba a chorro sulfamida encima de la herida mientras me sujetaban los brazos hacia atrás. Cada vez que me hacían las curas tenían que sujetarme entre cuatro mujeres porque me tiraba a morder”.

Años después, cuando mi hija mayor se puso enferma había que ponerle inyecciones de penicilina y aprendí a ponerlas. Incluso en la vena. A mi marido le puse 75 inyecciones en la vena por lo que creíamos era una úlcera de estómago y resultó que era una gastritis. Desde entonces me convertí en la “enfermera” del pueblo. Allí donde tenían que pinchar a alguien, allí iba yo. Alguna vez incluso me llamaron para un parto mientras el médico subía desde Ayódar.

El colegio

Había una maestra, muy amiga de mi madre, que se llamaba Trinidad. Era viuda y tenía un hijo que se llamaba Pepito. Mi madre le daba patatas, verduras… La maestra convenció a mi madre para que me dejara ir a la escuela, porque entonces muchas niñas no iban a escuela. A los seis años yo ya sabía coser.

El hijo de doña Trinidad era medio tonto y después de clase su madre le enseñaba para que pudiera sacarse la carrera de maestro.

Años más tarde Pepito se convirtió en maestro de Fuentes y se casó con Purificación, que era muy gorda, pesaba lo menos 120 kilos y los niños le sacaron una coplilla:

“Eres una Purificación
tienes unas tetas
como un acordeón”.

En la escuela éramos 14 niñas y yo estuve hasta los 13 años. Aprendí hasta dividir. Pero entonces me marché a servir a Barcelona, con 13 años. Hice de niñera un año, pero como me pagaban poco me fui a otra casa. La primera casa estaba en Gran de Sant Andreu, la segunda en la calle Diputación. En la tercera estuve siete años: la señora era catalana y el señor alemán. En la cuarta los señores eran unos fabricantes de tejidos de Piera. Allí estuve dos años. Entonces estalló la guerra civil y nos trajimos a mis padres a Barcelona. Yo me puse a trabajar en una fábrica de caretas antigás que estaba en Sant Adrià.

. Felicitas y Pascual
Felicitas
Felicitas
El noviazgo
-Cuando estaba en Barcelona, volví al pueblo de vacaciones. Era 1927 y coincidí con Pascual en una taberna del tío Sales y la tía Victoria Capilla que había donde está ahora casa Lupita. Había un organillo, y yo, como no sabía bailar, rodaba el manubrio para que ellos bailaran.

-Le pedí relaciones y ella me dijo que no

-No me quería casar. Íbamos a pasear a la carretera, a la losa.
Las amigas me hicieron los “pelitroques”, un juego que consistía en poner las manos una encima de la otra y entonces te preguntaban:
¿Cuántas manos tienes encima?
Cuatro
Si hubieras dicho seis no tendrías tantas penas que pasar, pelitroque viene, pelitroque va…

-Tuve otras novias: Montserrat, hermana de Francisco Verderol, y Paquita Vaquero. Y también tenía muchas amigas: Lucía, Raimunda, hermana de Pepe Blanco, Elena… Hablando la verdad, yo podía haber escogido… Un día el cartero de Ayódar me dio una carta. Era de ella. Las chicas querían leerla, pero yo me la puse en el pecho. Casi me desnudaron para intentar cogerla, me tiraron al suelo, me manoseaban….

-Me salieron muchos novios en Barcelona, pero no los quise. Había uno que era muy guapo pero tenía mal genio y le dije que no.

-El primer año de guerra me fui a Onda y allí me subí a un camión que iba a Vilanova i la Geltrú y luego otro que me llevó hasta Barcelona. Yo iba en la caja del camión. En los “burots” tuve que esperar a que se hiciera de día. [los “burots”, fielatos en castellano, eran una especie de peaje que había en los accesos a Barcelona y que cobraban una tasa a todos los vehículos que llegaban con mercancías]. ¡Qué frío pasé, toda la noche en la caja del camión…!

A las cinco de la mañana estaba yo delante de la puerta de su casa, en el pasaje de la Cadena, pero no me atreví a llamar. Entonces ví salir al pescadero, que vivía al lado, y llamé a la puerta. El pescadero era Salvador Segarra, que años después frecuentó Fuentes, pagó el altar de la iglesia, lo nombraron hijo adoptivo y hasta le pusieron su nombre a la plaza del pueblo. Así que llamé a la puerta, pero ella se iba a trabajar y sólo la ví un instante. Por suerte su hermana Carmen me preparó un café con leche y me tumbé en la cama. Tenía los huesos helados.

La guerra civil

“Durante la guerra los jóvenes montamos el sindicato de la CNT.
Nombramos un ayuntamiento en el que estaban Francisco Sales y Ramón Batista, socialistas; Francisco Verderol y yo, de la CNT; algunos republicanos y algún otro que después de la guerra nos denunció a todos. Nombramos alcalde a Sales, pero a los dos o tres meses se puso enfermo. Después ya no volvió. Sales quería cortar los alcornoques de la masá para hacer carbón.

“Un día vinieron a Fuentes los de la CNT diciendo que en el pueblo había fascistas y que se los iban a llevar. Hacía dos meses que habían sacado a dos o tres de Ayódar. Los llevaron al “collao” y les pegaron cuatro tiros
-Aquí no hay nadie, aquí respondo yo-, les dije.
-Mira que si hay, tú serás el primero en ir “p’alante”
-El primero, no, el segundo…
Porque yo tenía una escopeta…
Ya no vinieron más, sólo vinieron a buscar a una monja que estaba en casa de su hermano, Ramón Puerto. Francisco Sales se portó muy bien y logramos salvarla.

La cárcel

-Al final de la guerra, cuando volvíamos a Fuentes, pasamos por Burriana, donde él estaba en la cárcel, y pasamos a verlo. Estaban él, Tomasico…
-Cada uno –sonríe Pascual- teníamos un ladrillo para dormir, no había más sitio.
Fue entrar ella y al otro día, o al otro, me llaman y me dicen: coja lo que tenga y márchese a casa. No llevaba ni cinco. Cogí el tren de Valencia y me fui a Castellón, donde vivía familia de mi abuelo. Ellos me dejaron un duro o dos para subir a Onda. Y desde allí, pues andando hasta Fuentes…

A la que entraba en el pueblo me encontré al tío Celestino y al padre de ella. Fueron ellos los que llamaron a Felicitas, que se asomó a la puerta y me vio. Y yo, en lugar de irme para casa, pues me fui a verla a ella primero. Y allí nos quedamos hablando…

Boda y batallón disciplinario

Felicitas Arcusa 1945
Felicitas Arousa 1945

-Nos casamos en Fuentes el 9 de noviembre de 1939, pero en enero del 41 a él se lo llevaron al batallón disciplinario, en Valencia. Allí estaban también Tomasico, Victoriano, Juanico el Verderol y su hermano Francisco, Severino padre, Joaquín el estanquero.

-Nos pusieron a adoquinar las calles de Valencia, aunque Tomasico y yo también estuvimos pintando una comisaría. Nos pasamos allí, en Valencia, dos meses y pico.
-Las esposas íbamos cada semana con los críos. Mi hija Carmen había nacido en el 40. Y luego, en el 44, nació Consuelo. Yo bajaba siempre con María, de Tomasico, que llevaba a su hijo Vicente que apenas tenía unos meses. Andábamos hasta Ayódar por el río, porque la carretera aún no llegaba a Fuentes. Allí nos montábamos en un camión hasta Onda. Cogíamos la “panderola”, aquél tren pequeñito que iba hasta Castellón, y luego cogíamos el tren hasta Valencia. Algunos guardias dejaban salir a los maridos para que fueran a comer con nosotras.
Los guardias nos decían: ¿Por qué han mandado aquí a estos hombres, quién los ha enviado al batallón?
-Ninguno ha hecho nada, es por celos y por envidia-, le respondíamos.

Fuentes, años cuarenta

Pascual, Zaragoza 1930
Pascual y Felicitas. Años 70

Al cabo del tiempo, cuando Pascual volvió a casa nos llegó un aviso de que tenía que ir a hacer el servicio militar. Lo llamaron a él y a Miguel Lucas, así que tuvo que presentarse, aunque cuando consiguió aclarar el error lo licenciaron definitivamente. Desde entonces, Pascual y yo estuvimos viviendo en Fuentes durante 22 años. Hasta 1962 en que nos fuimos a Barcelona. Llegamos en diciembre de ese año y pocos días después cayó una gran nevada, la más grande que se recuerda.

La familia tenía tierras y había tanta hambre en este pueblo que todas las mujeres venían a ayudarme para que les diera algo de comer. En Fuentes daban racionamiento, aunque a algunas no les daban porque decían que se había acabado. Lucía me dijo un día: ve a buscar la leche del racionamiento. No me la querían dar, pero fui y le dije a quien llevaba aquello: “Quiero la leche que me toca”.

Vivíamos en la calle Alta y teníamos muchas fincas: en la Masá, en Peñalta, en la Moleta, en Cirihuela… Íbamos siempre en macho.

Criábamos cuatro cerdos cada año: uno para la matanza y tres para vender. Teníamos también una cabra, patos mudos, patos chillones, conejos, pavos…

Yo había ahorrado cuando estuve trabajando en Barcelona. Ganaba 75 pesetas cada mes y mandaba una parte a mis padres, para los gastos. Otra parte la guardaba en la Caja de Pensiones, en la que estaba en la plaza de San Jaime, en Barcelona. Nunca me faltó dinero.

En el pueblo lo pasábamos de maravilla. Trabajábamos todo el día y por la noche nos íbamos a jugar al guiñote a casa del tío Ricardo y la tía Aurora. Nos alumbrábamos con carburo. También nos íbamos a cazar pajaritos y luego los pelábamos y a las dos de la madrugada nos hacíamos una paella. Cuando era el tiempo buscaba “rebollones” y se los vendía a Aurelio Puerto. Los domingos pescábamos ranas: en el pozo Perejil, en la Cantarera… Un día, con mi sobrino, hicimos todo el río, de la Rinconá a la Jarica y hasta cogimos una anguila. La vendí y me dieron dos pesetas por ella. Mi madre hacía sopa de cebolla y rana para almorzar. Cortaba la cebolla bien pequeñica y cuando estaba bien cocida ponía las ancas. Con el resto hacía caldo.

Los hombres íbamos a cazar. Nos juntábamos cinco o seis: Tomás, Eduardo, Joaquín el Lucero, Alfonso, Domingo Lucas, Manuel Gil, Fermín… Cazábamos perdices y conejos. Aunque perdices, más bien pocas, sobre todo conejos. Un día trajimos cuatro perdices y seis conejos. El primer día cenábamos todos en casa. Felicitas nos hacía la cena, hasta que se cansó y entonces se terminaron las cenas.

. Pascual
Pascual 1945
Pascual Puerto 1945
Llega la luz
-La luz llegó a Fuentes hacia el año 1947. Yo estuve once años de presidente en la comisión que formamos para traer la electricidad al pueblo. También estaban Salvador el Estanquero y Vicente Sebastiano, que era quien cobraba. La trajimos por cuenta del pueblo, nadie nos dio nada. La luz sólo llegaba de Vallat a Ayódar, así que nos juntamos y cada vecino puso un poste de pino. Los trabajos se hacían a lo que llamábamos “jornal de villa”, es decir que todo el pueblo trabajaba sin cobrar. No cobrábamos pero tampoco teníamos que pagar.

Había dos hombres que hacían la instalación y les pagaba el pueblo. Dormían en el bar de Eugenio y María, en la replaceta. Pagamos 1.000 pesetas por familia y 500 las viudas. Dos o tres viudas no pagaban nada. La instalación de casa se la pagaba cada uno.

Dos de la compañía iban calle por calle y el que quería lo pedía y cuando te tocaba el turno te ponían el enganche. Había algunos que al principio sólo se pusieron una luz. Yo me puse cuatro o cinco luces: en un corral, en las habitaciones, en la cocina, en la sala…

La caseta para el transformador la construían mientras plantábamos los postes y tiraban los cables por las calles. La caseta estaba donde la olivera del cura, en la plaza de la Iglesia.

A los cuatro o cinco años ya empezaron a pudrirse los postes de pino, así que me fui a Burriana y me subí al pueblo 15 o 16 postes nuevos. Tardé un par de meses en traerlos todos. Los habían conseguido en Aragón y tenían el mismo grueso arriba que abajo. Los postes los colocábamos nosotros mismos: cogíamos el macho y nos ayudábamos a plantarlo en el sitio.

Las bombillas de las calles las cambiaba Vicente Sebastiano, que también cobraba los recibos. Pero cuando alguien no le pagaba me daba el recibo a mí y ellos me pagaban cuando podían. Aunque algunos no llegaron a pagar nunca. Y otras veces ponía dinero mío y a veces me olvidaba y ya no lo volvía a ver.

Pero aquello cambió Fuentes. Había más animación y empezó a venir al pueblo gente que antes no venía.


Han sido casi tres horas de conversación, en compañía de Joan Ros, en un agradable y fresco rincón de la calle Alta. Junto a nosotros, muy bien cuidada, está la espléndida puerta de nogal que da acceso a la casa y que fue construida por Alfredo Capilla. El peso de la conversación parecía al principio llevarlo Felicitas. Siempre sonriente, desgranaba sus recuerdos sin titubeos, de forma ordenada, con toda clase de detalles. Una memoria sin fisuras a sus 97 años.

Pascual ha permanecido a su lado con una media sonrisa de satisfacción y una mirada de asentimiento. Luego, ha empezado a hablar y ha hecho gala de una memoria tan buena como la de Felicitas. Allí estaba también su hija Consuelo, siempre atenta y al quite por si se presentaba alguna laguna en sus recuerdos, pero apenas ha intervenido porque la memoria de sus padres es francamente envidiable.

Felicitas acompaña sus palabras con gestos, con risas: mueve las manos, su cara se ilumina, es muy expresiva. En Pascual resalta su porte: permanece sentado con la espalda erguida y nada parece capaz de alterar la impecable raya de sus pantalones. Algo debe de haber en los genes de este hombre porque sus hermanas se acercan también al siglo de vida: Asunción tiene 98 años y vive en La Vall d’Uixó y Amalia tiene 96 y reside en Castellón. Su marido aún la supera en edad: el 2007 cumplió los cien.

Felicitas y Pascual han tenido una vida intensa, aunque la vida no ha sido fácil para la gente de su generación. Y a veces la vida golpea donde uno menos se lo espera. Y ellos lo saben bien, porque en el año transcurrido desde que tuvo lugar esta conversación y el momento de publicarla en la web, Consuelo, Felicitas, Pascual, Sandra, David… han vivido momentos muy dolorosos por la muerte de Jordi. Por eso estas líneas finales no son sólo un reconocimiento a este casi un siglo de vida sino un abrazo muy fuerte.

Pascual y Felicitas junto a su hija Consuelo, en la puerta de su casa de Fuentes. (agosto de 2007)
Casa familiar Consuelo Puerto, hija de Pascual y Felicitas Consuelo, Pascual y Felicitas
Felicitas
La manos de Felicitas
Pascual
Familia de centenarios
Familia de centenarios
Verano 2007 en la plaza Nueva de Fuentes, de derecha a izquieda.
Pascual Puerto Cortel 99 años, Asunción Puerto Cortel 98 años, José Claudio Puchades 100 años (marido de Amalia), Amalia Puerto Cortel 96 años, Felicitas Arcusa Adelantado 98 años.
Texto: Juan J. Caballero Gil (Agosto del 2007-Junio del 2008)
fotografías: cedidas por Consuelo Puerto Arcusa. Joan Ros (agosto 2007) Sra. Eme: foto de Fuentes año 1920