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Ramón Donisio recuerda los años en que la carretera superó el escollo de Peñascasicas. Acostumbrado a su presencia, es difícil hacerse a la idea de cómo era Peñascasicas setenta años atrás. Hay que imaginarla sin la cicatriz de la carretera: una ladera interminable de unos doscientos metros que dibujaba un recodo en el fondo del valle. Peñascasicas impresiona aún vista desde la carretera, tanto si se mira hacia arriba como si se dirige la mirada hacia abajo. Significaba, para Fuentes, una auténtica muralla. Su desaparición fue un trabajo duro, peligroso, marcado por el parón de la guerra civil. Uno de los protagonistas de aquella obra fue Ramón Donisio, entonces barrenero, que aún recuerda la historia que envolvió el fin de la muralla. |
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La plaza de la Iglesia era muy distinta cuando Ramón Donisio la cruzaba hace setenta años para llegarse hasta Peñascasicas. Ramón Donisio era picador y fue una de las personas que hizo posible que la carretera sortease el escollo de la montaña para llegar finalmente a Fuentes. Fue, por tanto, uno de los artífices de la brecha abierta en esa barrera natural que se alzaba unos doscientos metros por encima del lecho de la Rambla de Ayódar. |
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El origen de la plaza de la Iglesia. Para ir y volver de Peñascasicas utilizaban el camino del cementerio. En el pueblo se malvivía, las huertas apenas daban para el sustento cotidiano. Por eso todo aquél que tenía fuerza suficiente trataba de encontrar trabajo en la carretera. Muchas personas de Fuentes trabajaron en aquellas obras "porque no había más jornal que ese", como recuerda Ramón Donisio, que entonces tenía 26 años. Y desgrana unos cuantos nombres. "Ya quedan vivos muy pocos: Guillermo, Tomasico, Salvador "el estanquero"... Pero no olvida que su compañero de barrena era Francisco, el de Lucía, y que por allí andaba también Paco Barases. "Trabajar en Peñascasicas era muy peligroso, porque era piedra enlosada y la barrena se enganchaba mucho, era piedra muy mala de barrenar. A veces teníamos que hacer los agujeros de cuatro metros de hondo". El desmonte empezaba por arriba y a medida que bajaban la situación se complicaba. Debían descolgarse con cuerdas atadas a la cintura y colocarse en posiciones muy difíciles para practicar los agujeros que les permitirían introducir los cartuchos de dinamita. Las obras de la carretera permitían juntar algunos jornales para ir tirando. Una barra de pan o medio litro de leche costaban entonces 0,35 céntimos de pesetas, una cantidad que hoy, pasada a euros, resulta tan insignificante como difícil de precisar: algo así como dos centésimas de euro, es decir, la mitad de la mitad de la irrelevante moneda de un céntimo de euro. Más barato era aún un litro de vino peleón, por el que se pagaban 0,25 céntimos de pesetas. Pero a fin de cuentas, pocos dineros se gastaban entonces en Fuentes en esos productos. Si acaso, en el vino de la taberna, que procedía de las propias viñas del pueblo. El pan se lo hacía cada uno en el horno y para leche servía la de las cabras. En aquellos años de hambre y convulsiones las familias salían adelante con sus propios recursos: una huerta y algunos animales. Pero esas cantidades hoy tan inverosímiles eran duras de ganar. Ramón Donisio recuerda que "algunos cobraban 18 reales al día. Nosotros, por nueve horas diarias, cinco pesetas con cincuenta céntimos, aunque luego nos lo subieron a seis pesetas” (es decir, algo menos de cinco céntimos de euro). El aislamiento en que estaba sumido Fuentes antes de la guerra no evitó o quizá lo propició- que hasta allí llegaran los refugiados del conflicto. Las cuevas de esas montañas que flanquean la carretera se llenaron de familias que huían del frente. La guerra civil todo lo paró. La carretera llegaba entonces hasta el puente del barranco Sabartés, pero hubo problemas con los contratistas, que no sabían de quién iban a cobrar, y con los comités revolucionarios, "que querían cobrar sin trabajar", y al final las obras se paralizaron. Allí quedó, como testigo, una apisonadora -"un rulo", como le llama Ramón Donisio- que pasó diez años oxidándose junto a la alcantarilla antes de que alguien acabara por llevársela. Mientras unos llegaban, otros emigraban y él tuvo que marchar al frente. Fue enviado a Teruel y allí pasó el tiempo cavando trincheras: en Fontanete, en Oropesa y Cabanes, hasta que entraron los nacionales y se trasladaron a Valencia. Y como no podía ser de otra forma, fue destinado "a un polvorín en Villafranca del Cid, junto a otros cuatro soldados". Así que después de pasarse el último año rodeado de dinamita, tuvo que pasar otros cuatro meses de la guerra en medio de mechas, pólvora, cartuchos y munición. Así que en 1945, o 1946 a lo sumo, la vida en Fuentes de Ayódar daba un vuelco espectacular. Con una guerra de por medio y diez años de obras intermitentes, la carretera lograba salvar la muralla de Peñascasicas. Así que los carros sustituyeron a las mulas y a los machos para bajar a Onda con las gavillas que quemaban en los hornos de cerámica. Se acabó sortear el difícil camino que llevaba hasta lo alto de Peñascasicas. Ramón Donisio recuerda que en aquellos tiempos tardaba unas cinco horas en llegar a Onda con la mula. Lo sabe bien, porque empezó a hacerlo a los ocho años. |
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Barrena, pistolete y dinamita
Era piedra enlosada, muy mala de barrenar”-recuerda Ramón Donisio-, porque la barrena se enganchaba mucho”. Era un trabajo paciente y de mucha precisión, que dejaba la espalda molida. La maza con la que se golpeaba la barrena pesaba unos ocho kilos y en ocasiones los agujeros en la piedra caliza podían llegar a los cuatro metros de profundidad. Para extraer la tierra se empleaba una especie de caña con el final en forma de cuchara. En muchas ocasiones la barrena se utilizaba en lugares de muy difícil acceso, para lo cual los barreneros debían descolgarse con cuerdas y trabajar en posición muy forzada durante horas y horas. Antes de introducir la barrena se aplicaba el pistolete, también de hierro acerado pero de sólo un metro de longitud. La misión del pistolete era abrir camino a la barrena, pues sólo entraba en la roca unos diez centímetros. Antes de la guerra prácticamente no se utilizó el compresor, aunque cuando se reemprendieron las obras los instrumentos mecánicos facilitaron las cosas. Antes de eso, incluso los fragmentos de roca resultantes de las explosiones se retiraban de forma rudimentaria, cargados sobre unas parihuelas. |
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Un Donisio con historia
Sea como fuere, lo que importa es que Ramón Donisio tiene 94 años, pero perdón por el tópico- nadie lo diría. Nació y vivió en Fuentes de Ayódar hasta los 50 años y luego se fue a Villarreal. Vivió en Fuentes pero viajó. No tuvo más remedio que viajar, siempre con el mismo propósito: la siega. Tenía 16 años la primera vez que fue a recoger el trigo a Aragón. Cinco días de camino junto al macho, durmiendo en la “posada la estrella”. Y Ramón Donisio suelta una risa cuando nota que su interlocutor no ha entendido la broma: la “posada la estrella” no es más que dormir al raso. Su equipaje cabía en un saco de esparto que cargaba a la espalda,“como ahora llevan las mochilas los muchachos”. Iban a Castejón, en los Monegros. Más de veinte julios ha pasado Donisio en Castejón durante el tiempo de la siega. Pero también se llegó hasta Zaragoza y hasta Huesca. Iban ya contratados desde Fuentes: un duro y la comida, eso era todo. Y hasta Madrid llegó, en los últimos años, casi ya cumplidos los cuarenta, cuando cobraban diez pesetas al día. Ramón estuvo casado con Engracia, que murió con 90 años en junio del 2002. Ramón y Engracia tuvieron tres hijas: Fany, Tere y Luisa, y cuando se le pregunta por qué llamaron Fany a la primera (un nombre nada usual en aquellos años y en un pueblo) suelta otra risa y dice que no lo recuerda. “Y eso, qué más da”, parece pensar. |
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Texto: Juan J.Caballero Gil (Agosto de 2003) |
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