Los recuerdos de Aurelio Capilla, cenetista y último carpintero de Fuentes

Aurelio Capilla en el año 2006
Aurelio Capilla en el año 2006
Durante treinta años, prácticamente desde la muerte de Franco, cuando me encontraba a Aurelio Capilla en las calles de Fuentes siempre me hacía la misma pregunta.

-¿Qué dicen los camaradas de Barcelona?

Los camaradas de Barcelona eran los cenetistas que yo conocía por mi trabajo como periodista o por mis relaciones personales. Así que cada año dedicábamos un rato a hablar de los “camaradas de Barcelona” y a repasar la actualidad política.

Aurelio era la única persona que no era de mi generación con la que hablaba de política. En Fuentes siempre se ha transitado de forma discreta y prudente sobre estas cuestiones. Las heridas seguían abiertas y, de hecho, aún hoy, en las conversaciones que en estos años he mantenido con gentes del pueblo para construir estos retratos que nos ayudan a conocer algunas cosas más de Fuentes, en esas conversaciones, digo, siempre todos me han rogado que no citara determinados nombres.

Esos nombres, siempre los mismos nombres en todas las bocas, también aparecieron en la última conversación que mantuve con Aurelio Capilla Gimeno en agosto de 2007 en la planta baja de su casa, en aquél lugar que un día fue carpintería. Sentado en su sillón marrón, Aurelio ya no tenía la viveza de otros años, pero su esposa, Asunción, sus hijas, Esther, Suni y Geraldina, su yerno Pepe y su nieta Lourdes le ayudaban a llenar algunas lagunas de su memoria.

Los “camaradas” de la CNT
Aurelio de joven
Aurelio de joven
Aurelio vivía la política con pasión, seguía muy de cerca la actualidad, se entusiasmaba con los cambios políticos y sociales. Conocía a todos los líderes del momento: inquiría sobre Adolfo Suárez, se preguntaba cómo se vivía la transición en los cenáculos políticos de Barcelona y Madrid. Me interrogaba sobre qué podía significar la llegada de los socialistas al poder en 1982. Elogiaba a Felipe González y a Tierno Galván, pero quien más le gustaba era Alfonso Guerra por su verbo ácido y sus puyas a la derecha. Se mostró desesperanzado cuando los populares ganaron las elecciones y recuperó la ilusión tras la victoria socialista de 2004.

Pero todo eso eran comentarios como de pasada, sin mayor trascendencia, porque aunque Aurelio vivía la política con pasión también la vivía sin sectarismo. A él, en realidad, de lo que le gustaba hablar era de los “camaradas de Barcelona”. Así que yo le ponía al corriente de las novedades. Las “novedades” no eran muy diferentes de un año a otro: el movimiento anarquista seguía inmerso en una guerra ideológica que hacía que año a año se fuera diluyendo y perdiendo personalidad. Quedaban ya muy lejos los tiempos de Durruti, Ascaso, Federica Montseny, Juan Peiró, Ferrer i Guardia, “El Campesino” (Valentín González), García Oliver... A todos ellos los recordaba vivamente, con admiración. Mucha más admiración de lo que sentían unos por otros, porque cuando Juan García Oliver escribió “El eco de los pasos”, una formidable reconstrucción del papel de los anarquistas durante la guerra civil española, Federica Montseny salió bastante mal parada, por su ambición desmedida y sus intrigas políticas.

“Intrigas”, “ambición” eran conceptos que Aurelio no podía entender inherentes a un anarquista. Él siempre se proclamó abiertamente cenetista. Lo repitió de nuevo, con rotundidad, en nuestra última conversación. Tenía una visión idealizada del movimiento anarquista. En absoluto diferente de tantos otros que hicieron de Barcelona en los años treinta la ciudad con mayor presencia de anarcosindicalistas del mundo. No tan diferente de los que veían el anarquismo como un movimiento igualitario, con la tierra y las fábricas colectivizadas.

Prisionero de guerra
Aurelio, a los 17 años, con un grupo de milicianos. Año 1937.
Aurelio, a los 17 años, con un grupo de milicianos. Año 1937.
“Poco antes de caer prisionero –recordaba Aurelio en su casa de Fuentes- tiré el carnet de la CNT y el de identidad y un pañuelo de la FAI, mecagoenlahostia”. Lo decía con rabia, con dolor por haberse tenido que desprender de esos símbolos a los que tan unido se sentía, pero con la convicción de que le hubieran llevado ante el pelotón de fusilamiento. Los pañuelos rojo y negro de los anarquistas se convirtieron en uno de los iconos de la guerra civil, portados por los milicianos que marchaban al frente.

Por eso no es extraño que lo dieran por muerto.

Ocurrió en Lucena, en su primera batalla tras entrar en las filas de la República con apenas diecisiete años. Un conocido de Torralba encontró los documentos y de ahí dedujo que Aurelio había muerto.
Pero no fue así. A Aurelio lo encarcelaron. Estuvo en Zaragoza, en Astorga, en Santiago de Compostela. Allí perfeccionó el oficio de carpintero que le había enseñado su padre y aprendió a tallar la madera. Aurelio siempre recordó el nombre de su maestro –Juan Bermúdez- y tampoco olvidaba que le hizo los muebles a la hija del director de la cárcel, que estaba a punto de contraer matrimonio.

Dado por muerto
Mucha gente pensó, durante mucho tiempo, que Aurelio había muerto. Su madre entre ellos. Aurelio enviaba cartas desde la prisión, pero una persona de Fuentes –esa persona que todos citan- se las retenía y no llegaban a su destino, así que desde el momento en que fue hecho preso se convirtió en un desaparecido. Ello no impidió que, tras la entrada de los nacionales en Fuentes, en 1938, le acusaran de quemar los santos de la iglesia.

-“Pero cuando eso ocurrió yo no estaba en Fuentes. También acusaron a otro de haber matado al cura, Antonio Pons, y resulta que el cura estaba bien vivo, escondido, y le daba de comer la tía Elisa, la molinera”.

Y le acusaban a él, precisamente a él, de quemar los santos de la iglesia. A él, que fue quien salvó las campanas de ser fundidas para convertirlas en armas o munición. Lo recuerda Esther, su hija: “A Fuentes, como a otros pueblos de la comarca, llegaron grupos de incontrolados de izquierdas con la intención de llevarse las campanas, pero mi padre se opuso y los convenció. Así que, cada vez que las oigo, no puedo dejar de recordar que seguramente están ahí gracias a él”.

Guerra y posguerra en Fuentes
Juan Tamborero, José Bonet, Aurelio y Vicente Bou. La niña que aparece se llamaba Armonía Pérez Sanfélix
Juan Tamborero, José Bonet, Aurelio y Vicente Bou. La niña que aparece se llamaba Armonía Pérez Sanfélix
Aurelio venía de una familia de izquierdas. Su padre, Alfredo Capilla Tamborero, que falleció a los 58 años, era “republicano y cenetista”. “A mi padre –explica Aurelio- le acusaron de pedir la cabeza de Sanjurjo”.

Su padre fue el último alcalde republicano de Fuentes y se mostró firme para que en el pueblo no hubiera derramamiento de sangre durante la guerra. “Mi padre dijo que antes de que se llevaran a alguien tendrían que pasar por encima de su cadáver”.

De hecho, cuenta Aurelio, hubo un pacto entre derechas e izquierdas “para que no hubiera muertes”, pero uno de izquierdas, el mismo al que después acusaron de matar al cura, denunció a los de derechas, una actitud que mereció la reprobación de los republicanos y que se tradujo en que finalmente no encarcelaran a nadie. Al final de la guerra se invirtieron las tornas y uno de derechas denunció a los de izquierdas, pero en este caso los señalados sí acabaron en la cárcel.

(Aurelio ha dicho los nombres y apellidos de ambos, pero como hicimos en otros testimonios anteriores, los obviamos. Algún día habrá que escribir qué pasó en Fuentes durante la guerra civil, pero esta es una comunidad pequeña y algunos de los protagonistas aún tienen una presencia muy próxima en la memoria.)

Cuarenta años como carpintero
Aurelio de joven
Aurelio de joven
Así que Aurelio Capilla regresó a Fuentes de Ayódar con el oficio de carpintero perfeccionado en la cárcel. Aquí no tuvo demasiadas ocasiones de hacer filigranas con la madera, porque las necesidades eran muy elementales y los recursos económicos muy escasos. Desde el final de la guerra hasta 1985 en que cerró la carpintería, tres meses antes de perder la vista, Aurelio dedicó su vida al mundo de la madera, que no se limitaba a la carpintería de Fuentes “porque con eso solo no hubiera podido vivir”.

“Trabajaba también en Ayódar y en Torralba y me gustaba hacer cualquier cosa, aunque lo que más hacía eran puertas, ventanas… y ataúdes. Siempre había un ataúd de reserva acabado”. Era su esposa, Asunción, quien los forraba, “por fuera con una tela negra y unos adornos y por dentro con una tela como enguatada de color morado o azul clarito”.

El pino era lo que más abundaba. Era fácil de trabajar. “Es muy suave, pero lacra mucho, abre grietas y para tallar se necesita madera fuerte, como el nogal. El nogal es muy buena madera”. Después llegaba arrastrada por machos desde Torralba, a través del camino del río o desde Cirat cruzando las montañas.

En busca de madera
Aurelio en Macasta
Aurelio en Macasta
Dado lo menguado del negocio y porque además “los enemigos nunca me buscaban para hacer cosas para ellos”, Aurelio se hizo maderista y eso le obligaba a salir de Fuentes a menudo. “Iba a las subastas cuando cortaban árboles en los pinares del Estado. Se desplazaba a Torralba, pero también se llegaba hasta Aragón, a Valdelinares y Mosqueruela preferentemente”. Aurelio compraba una porción de terreno con pinos, contrataba una cuadrilla, los cortaban y los transportaban a la serrería o a las fábricas donde preparaban cajas para envasar. En ocasiones adquiría corteza de pino (chapín) que se utilizaba para tintar los zapatos de calzados Segarra, en la Vall d’Uixó. Y como tantos otros en Fuentes, también se dedicó a la “punxa”, porque compraba gavillas para luego revenderlas a las cerámicas de Onda.

Una de las maderas a las que había que prestar más atención era la que en la Sierra de Espadán se conoce como “llatonero”, una derivación particular, como tantas otras de la zona, del catalán “lledoner”. El uso de esa madera ha desaparecido, pero en aquellos días se utilizaba para construir timones de arados, horcas para aventar el trigo y mangos para herramientas. Algimia de Almonacid y la Vall de Almonacid tenían industrias especializadas en estos aperos de labranza. Aurelio compraba esa madera, la preparaba y luego la vendía.

Atento a su entorno
Aurelio Capilla nunca faltaba a su cita con Fuentes. Siempre guiado por su esposa y apoyado en su bastón, bajaba desde su casa de la calle Alta, aún con dificultad, para recorrer las calles del pueblo, para oír los sonidos y las voces, para captar el olor de aire limpio, para disfrutar del contacto con la gente. Era un paseo con muchas paradas, porque era un conversador infatigable y tenía un interés por las cosas que sucedían a su alrededor muy por encima de los que, como él, sólo pudieron ir a escuela “el tiempo debido”.
Aurelio Capilla falleció en Valencia el 26 de noviembre de 2007 a los 87 años de edad y con él se fue otra parte de nuestra memoria.
1- Aurelio de niño..2-.Aurelio y Asunción, con sus tres hijas, delante de la puerta de casa y carpintería. Hacia 1968
3- Aurelio y Asunción, con sus cuatro nietos y su hija Esther. Mayo 1985. 4- Su casa de Fuentes. Octubre 2004
Aurelio de niño con sus compañeros de escuela Aurelio y Asunción, con sus tres hijas, delante de la puerta de casa y carpintería. Hacia 1968 Aurelio y Asunción, con sus cuatro nietos y su hija Esther. Mayo 1985 Su casa de Fuentes. Octubre 2004.
Texto: Juan J. Caballero Gil (publicado en mayo de 2008)
Fotografías cedidas por: Esther Capilla Tamborero